Iñigo Batarrita es un bilbaíno de 2’12. Con muy buena mano, capacidad de pase y visión de juego, lo que denota no es un ‘techo’ cualquiera. Es por eso que merece la pena conocer la historia de uno de los mejores jugadores de la historia reciente del basket bizkaino, con varios ascensos en su haber y una trayectoria repleta de éxitos. Comenzó en Lauro, para formarse en Maristas y, tras paso por el Caja Bilbao, recalar en La Salle y terminar por todo lo alto en Zalla vistiendo la camiseta del Bidegintza. Allí, con sus amigos, hizo historia con dos campeonatos y dos ascensos consecutivos. Porque Batarrita siempre pensó en disfrutar, pero compitiendo y esforzándose al máximo en el día a día para hacer cosas bonitas.
¿Cómo fueron tus inicios en el mundo del basket? ¿Te fijaste en alguien?
La verdad es que no recuerdo exactamente la razón por la que empecé a jugar. Al final, como siempre he destacado por la altura, pues creo que me fue gustando el hacerlo bien y me fui enganchando. Empecé en la Ikastola Lauro, y luego fue todo rodado. Por aquel entonces en la ikastola todavía solo había fútbol, y no había equipos de mi edad. Pronto empecé a jugar con gente más mayor que yo, pero a esas edades se nota muchísimo la diferencia de edad. Tuvimos un año en el que pudimos ganar, pero al siguiente se acabó el equipo y me marché a Maristas.
Como contabas, siguiente destino el frontón de Iturribide…
Sí, se pusieron en contacto conmigo y con mi familia después de algún partido cuando vieron que yo podía destacar. Nos comentaron que cuando necesitásemos cualquier cosa ya sabíamos dónde estaban y así fue. Cuando ya no hubo equipo en la ikastola, llamamos y me acogieron con los brazos abiertos.
La verdad es que llegué a un club con gran tradición, y para mí el frontón era un pasada por todo lo que entraña. Se realizaba una selección para entrar en el equipo, lo que denota lo complicado que era formar parte de la plantilla. Fue un salto cualitativo muy bonito para mí y estuve durante cinco años allí.
Tu etapa en Maristas propició que se fijase en ti el Caja Bilbao para el equipo junior, lo que supuso otro paso adelante más en tu carrera. ¿Qué te viene a la mente cuando piensas en aquellos momentos?
En esas edades tampoco te fijas una meta o un lugar al que quieras llegar. Simplemente juegas porque te gusta el deporte. Intentaba mejorar y ganar siempre y, con el esfuerzo diario, al final me llegó una oportunidad muy bonita de pasar al equipo junior del Caja y sí que fue un salto bastante gordo. Era un junior muy potente, una selección, y fue un orgullo para mí poder formar parte de ese gran equipo.
En aquel momento aún no había categorías inferiores, y creo que el siguiente año se extendió hasta escuela. La diferencia básica y esencial era la exigencia, porque estábamos en el filial del primer equipo, que estaba en ACB. Los que entrenaban con el primer equipo y después estaban con el primer equipo en ACB eran tus compañeros, así que daba más respeto.
¿Hubo alguna figura o entrenador que te marcase en tu desarrollo y proceso evolutivo?
Obviamente todos dejan una marca en ti y de todos aprendes, pero yo particularmente me acuerdo, porque me sentí bien, con Dioni Luja, que fue el primer entrenador que tuve al entrar en el Caja. Aún siendo yo bastante bisoño y estar escaso de componente físico para competir con el resto, él se empeñó en endurecerme y espabilarme un poco. Le tengo que dar las gracias por todo lo que hizo, y luego también estuve con él en el Patronato.
¿Qué opinión tienes tú acerca del tratamiento a los ‘techos’ del basket? En ocasiones parece que no se les protege demasiado…
Hoy en día no sé si es tanto como cuando yo jugaba o no. Normalmente, los pívots con menos altura eran jugadores muy fuertes, que tenían más capacidad de ser físicos por abajo. En nuestro caso, cuando recibimos un golpe son nuestros brazos los que van hacia abajo, y en esas situaciones yo solía recibir faltas. Tuve en su día un coloquio con un árbitro acerca de esto… (risas) Al final, me decían que tenían que aguantar y creo que los altos tenemos ese hándicap.
No obstante, tu perfil no era el del típico jugador alto. Tenías buena mano, eras buen pasador… tenías otros recursos además de tu altura por los que destacaste, sin duda.
Por mis características físicas de ser delgado a pesar de ser muy alto, yo necesitaba suplirlo con recursos. Con mucho trabajo del día a día logré adquirir una buena técnica a la que agregué, por suerte, la visión de juego que tenía. Eso me facilitaba poder hacer más cosas, no solo estar bajo el aro para poner tapones…
Volvemos a la etapa del Caja Bilbao. ¿Cómo fueron tus años allí?
Estuve tres años en el junior y uno en el filial. El último de ellos fue un año malo para mí en el que no conseguí jugar mucho, pero fueron grandes años. Me marché al Patro de nuevo porque allí estaba Dioni. Después, la desaparición fue dramática. El proyecto había estado en ACB, se quería volver a ACB… pero se repite la historia que ha sucedido siempre: falta de apoyo económico. En cuanto la caja dejó de aportar, no se encontró otro patrocinador para el equipo, y fue un mazazo bastante gordo. Lo que hay que recordar es que para estar en las categorías a las que se quería esperar hace falta también mucho dinero.
Nos hemos dejado por ahí la experiencia profesional en la que saliste de tu casa para jugar al basket en Albacete durante medio año…
El Bilbao Patronato asumió la gestión con la desaparición del Caja Bilbao y esa temporada tuve la oportunidad de marcharme fuera. Los directivos del club dieron el visto bueno, y me decidí a probar la experiencia de salir de casa. Fueron unos meses bonitos, a pesar de que deportivamente el equipo descendió. El equipo tuvo problemas económicos aunque llegó un patrocinador que lo salvó a mitad de temporada, pero puedo decir que fue una etapa bonita para mí.
Nunca tuve la ansiedad de hacer del baloncesto mi profesión, pero sí que tenía la puerta abierta a que pudiese llegar una muy buena oferta y marcharme. Al final no surgió y decidí quedarme en casa. Para las ofertas tan justitas que tuve, decidí quedarme en casa disfrutando con los compañeros.
De vuelta a casa, cambio de aires y a vestir de amarillo para La Salle.
Eso es. Me llamó Xabi Zabala, al que ya conocía también anteriormente, para reclutarme para un proyecto que pretendía ascender de categoría. No fue mal, porque quedamos campeones y fuimos a la fase de ascenso. Con el objetivo deportivo logrado, volvió a pasar lo que sucede siempre, que el aspecto económico volvió a echar todo al traste. Después de que terminase la temporada, tuve la suerte de participar en Alcoy de las ligas de verano con el Fórum, que fue otra magnífica experiencia que pude vivir. Aquello fue una sensación distinta, porque el objetivo es muy diferente, ya que los jugadores van a ganarse el puesto.
Y como último destino en tu carrera, el Bidegintza de Zalla, donde hicisteis historia.
Nos conocíamos muchos del Caja y de otras etapas, bien de haber sido compañeros o contrincantes. Imanol Martínez también nos había llevado y había un proyecto muy potente y gente conocida, así que me decidí a irme para allá. Quería seguir disfrutando, pero haciendo algo bonito. Volvimos a cumplir los objetivos y ascendimos, y esta vez sí que hubo suerte y pudimos participar de la Liga EBA. Y además, como me decía un compañero, para hacer historia. Un recién ascendido logró ganar el campeonato y fue una gran sensación. Entre los de Bilbao y los de la zona encartada completábamos un gran equipo, formado únicamente por jugadores vascos. Nos entendíamos muy bien y nos salió estupendamente la jugada.
Vamos ahora a la actualidad, porque actualmente sigues ligado al basket bizkaino como secretario general de la Fundación Bizkaiabasket. ¿Qué te aporta esta labor?
Me puse en contacto con la Fede para echar una mano en la fundación que tenemos. Me interesan las diferentes actividades e iniciativas que llevamos a cabo… Ángel, que era el anterior secretario, lo quiso dejar y dar el relevo y asumí que era el momento de aportar mi granito de arena. Estamos en ello, aunque este año se está haciendo poca cosa desgraciadamente.
Pero también tuviste tu etapa inmediatamente posterior a la retirada en la que te dio por dirigir…
Eso es. Estuve en Maristas unos años entrenando, y luego paré porque necesitaba un descanso y una desconexión. Hace unos cuatro años, sin embargo, volví para entrenar un equipo junior femenino. Lejos de la presión y tensión de las ligas vascas y este tipo de competiciones estoy relajado, porque no me exigen estrés ni exigencia pero se puede trabajar bien para la mejora. Lo primero es educar, para mí, antes que ganar. Las había entrenado en infantiles y estoy muy contento con ellas y creo que ellas conmigo también.
¿Cómo crees que ha cambiado el basket desde que tú jugabas?
No puedo decir demasiado porque tampoco veo muchísimo baloncesto ni sigo el actual excesivamente. Lo que sí veo es que el tipo de juego es diferente; es más individual y más físico, jugando 1×1 o por parejas, abriendo el espacio para poder tirar. Antes era un juego más colectivo, en el que todos participábamos… a mí me gustaba más, pero igual era porque jugaba yo (risas). En el basket formativo creo que ahora es más importante que nunca trabajar la técnica individual para adaptar al jugador a los nuevos tiempos y a este juego diferente.